Cómo detectar y manejar los “tipos de idiotas” (Segunda Parte…)

Por Marta Michelle Colón

Lunes 22 de enero del 2018

Continuando con el tema de los tóxicos que comenzamos hace dos semanas, cuánto afectan nuestro estado emocional y físico, cuál es su impacto en el lugar de trabajo, y cómo lograr erradicarlos, lo ideal es comenzar por detectarlos antes de que sus malas costumbres tengan efecto. Algunas técnicas:

1. Buscarlos en redes sociales – Aprendemos al “ver” cómo se comportan y cómo reaccionan.

2. Los “cuentos” de personas confiables pueden ser oro. Escuchemos más y hablemos menos.

3. Una primera y una segunda impresión negativa.

4. Señales de superioridad – El síndrome de “Yo sé”, “Yo hice”, “Yo tengo”.

5. ¿Cómo trata a los demás, como moscas?

6. Transmite y no recibe, hablando hasta el cansancio. No hace preguntas, pues no le interesa escuchar NADA de NADIE.

Las investigaciones sobre la densidad de la toxicidad en una organización muestran que la descortesía y la rudeza se propagan tan rápido como un catarro. Si tenemos un empleado tóxico en un radio de 25 pies de un empleado positivo, la posibilidad de que se vuelva tóxico se duplica significativamente. ¿Qué podemos hacer para no contagiarnos? Mantenernos lo más lejos posible, y modificar métodos de interacción, escribir para evitar verse, coordinar llamadas, en vez de reuniones. Leerlos o escucharlos siempre será menos impactante que verlos.

Si los tóxicos son un “mal necesario” y necesitamos interactuar con ellos, la peor forma de lucharlos es hacer lo primero que venga la mente: utilizar la confrontación directa y agresiva con el “atormentador” sin los aliados apropiados o pruebas, la venganza anónima e inútil, o peor aún, atraparse con la “enfermedad” para complacerlos.

¿Por qué tiene necesidad ese tóxico de ejercer poder sobre los demás? ¿Disfruta que los otros trabajen más duro y quitarles el sueño?, ¿o son una “queja constante y sonante”?

Preguntémonos si con nuestras acciones, “sin querer” promovemos los tóxicos y sus conductas, pues son como leen las etiquetas de algunos productos: “su interacción prolongada podría tener consecuencias graves”. Aunque la realidad es que, después de todo, los tóxicos y passholes son como el papel de lija: al principio raspan duro, pero con el tiempo pierden su efecto y se vuelven inútiles.